lunes, 13 de diciembre de 2010

El coraje católico.


Si bien es verdad que la situación religiosa política y mundial no es para ser optimistas, ¿hay, por otra parte, que caer en la desesperación? El panorama que nos ofrece el mundo es, en efecto, desolador: lo poco que queda del cristianismo en la sociedad se va cayendo a pedazos y los medios de comunicación diariamente se hacen eco de desastres políticos, sociales, morales o naturales. Existe una fuerte tentación de caer presa del desaliento y de renunciar a toda esperanza. Una especie de parálisis puede entonces instalarse en aquellos que sólo tienen al Apocalipsis como libro de referencia…
La Sagrada Escritura nos muestra en muchos pasajes que Dios, cuando los hombres invocan su ayuda, jamás los abandona a su propia suerte. Dios Padre quiere que el reino de su Hijo se extienda en el mundo entero para salvar así a los hombres de buena voluntad. No obstante todos los artificios que despliegue Satanás, Príncipe de este mundo, será igualmente vencido y en su caída no podrá arrastrar a la Iglesia, cuya destrucción busca. Como lo sabe perfectamente, su furor se decuplica. Ahora bien, ¡Dios es Dios! ¡Él es el Señor de los acontecimientos!
La Biblia nos proporciona un hermoso ejemplo de ello en el primer libro de los Macabeos. Serón, general del ejército de Siria, busca cubrirse de gloria luchando contra Judas Macabeo y sus hombres. Para concretar su designio levanta un poderoso ejército conformado por impíos de todo género. A vista del peligro los compañeros de Judas Macabeo perdieron el temple y fueron presa del temor. De allí que Judas Macabeo tratara de reconfortarlos con estas palabras: “Es fácil que una multitud caiga en manos de unos pocos, y al Cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos. Porque la victoria en el combate no depende de la cantidad de las tropas, sino de la fuerza que viene del Cielo”[1]. Dicho lo cual y confiando en Dios, se batió con el ejército sirio y lo destruyó.
La situación de la Iglesia Católica, acechada hoy en día por todas partes, podría compararse a aquella en la que estaba el ejército de Judas Macabeo. Ahora bien, como no la pudieron destruir desde el exterior, sus enemigos la infiltraron, inoculando en su seno los principios revolucionarios que condujeron a la desaparición de los estados católicos, esperando poder luego aniquilarla a ella misma. ¿Acaso la libertad religiosa, el ecumenismo y la colegialidad no son el eco de la divisa revolucionaria “libertad, igualdad y fraternidad”? Al igual que los soldados de Judas Macabeo, los católicos se pusieron a dudar, y el edificio comenzó a tambalear… El miedo se hizo presa de todos.
¡Hoy en día la Verdad genera temor! ¿Quién tiene la valentía de profesar la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Cuántos son? ¿Quiénes, ya sean papas, obispos o sacerdotes, aceptan cargar sobre sus hombros la totalidad de la doctrina que Pío XI transmitió en la “Quas primas”? Como decía el Nuncio Apostólico de Suiza a Monseñor Lefebvre, “en la actualidad ya no escribiría así…”
¡La denuncia clara del error también causa temor! Las autoridades de la Iglesia dudan, por ejemplo, en condenar el aborto apelando claramente a términos católicos. Con frecuencia se limitan a defender la vida, a celebrarla, a cantarla, en nombre de los derechos del hombre. Esta actitud es menos frontal y más consensual. Sin embargo, el aborto, antes de ser un atentado a los derechos del hombre, es un atentado a los derechos de Dios, Creador y Maestro de todas las cosas. Sólo Él da la vida y la quita. Un embrión es una persona desde la concepción. Querer suprimirlo es un crimen abominable, que el derecho canónico castiga con una excomunión inmediata. La verdad debe ser proclamada y el error, denunciado, con fuerza y claridad. ¡Y sin temor!
Existe una gracia de la Verdad. No debe causarnos miedo. La vemos actuar hoy en día. ¿Cuántos de nuestros fieles han venido a la Tradición oyendo las verdades que ya no se predican en las iglesias oficiales? Callando la verdad o edulcorándola, los sacerdotes han vaciado las iglesias, cuando creían que iban a llenarlas. Los enemigos de la Iglesia temen este poder de la verdad y por eso apelan a todos los recursos para ahogarla y ridiculizarla. Es triste observar que con este tipo de ataques muchos católicos se asustan y bajan los brazos. De ser conquistadores y misioneros, se transformaron en timoratos, amorfos y paralizados por el miedo a desagradar. Uno puede legítimamente preguntarse si el famoso “No tengas miedo” que Juan Pablo II pronunció el día de su entronización, no se dirigía más bien al mundo, a fin de tranquilizarlo y decirle “No, ¡no teman! ¡Ábrannos las puertas! ¡Nosotros, católicos, nos adaptaremos a vuestras máximas porque hemos cambiado!” Veintisiete años más tarde, el día de su entierro, el mundo entero le rendía un unánime homenaje.
Los medios que Nuestro Señor nos ha entregado para salvar las almas y el mundo deben llenarnos de valor y de esperanza. El más grande de todos es la Misa, centro de la vida del cristiano y piedra de toque de la Cristiandad. De ella fluyó esa caridad que ha inundado el mundo a lo largo de dos mil años. Las escuelas, las universidades, los hospitales, las órdenes religiosas, el impulso misionero, los seminarios, y aún la propia Cristiandad, son los frutos visibles de la caridad, que la Misa encendió en los corazones de aquellos que querían extender el reino de Cristo Rey en la sociedad. Es la Misa la que ha hecho a los Santos. Los enemigos de la Iglesia lo saben y es por ello que han querido cambiarla y vaciar su sustancia durante la revolución litúrgica acontecida tras el Concilio. Veamos, si no, estas palabras “edificantes” de Lutero sobre la Misa, que tenía conciencia de la fuerza interna que se encierra en ella:
“Declaro que todos los lupanares (que Dios, sin embargo, reprueba severamente), todos los asesinatos, muertes, violaciones y adulterios son menos abominables que la misa papista (…) En verdad el sistema papista, con todos sus monasterios, sus obispos, sus colegiatas, sus altares, sus ministros y su doctrina, es decir, todo su vientre, se edifica sobre la misa como sobre una roca. Cuando caiga su misa abominable y sacrílega, todo se derrumbará” (Contra Henricum, Regem Angliæ, 1522, Wittemberg, Luther, Werke, t. X, pág. 220, citado en “La réforme liturgique anglicane”, Michael Davies, pág. 70-71, edit. Clovis.
Los sacramentos, junto a la Misa, constituyen ayudas extraordinarias de resistencia y de reconquista, ya que comunican a las almas la vida divina y suplen así sus flaquezas, fortificándolas. El cristiano encuentra su fuerza en Dios, como nos lo hace decir la liturgia: “Adjutorium nostrum in nomine Domini”, “Nuestra ayuda está en el nombre del Señor”. En los sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía, abrevamos nuestras fuerzas. Veamos lo que decía Monseñor Lefebvre con motivo de la primera Misa celebrada por un joven sacerdote:
“Comprendamos, queridos hermanos, que en la Sagrada Comunión nos unimos a Dios, a Nuestro Señor Jesucristo: he allí la fuente de la civilización cristiana. En la Santa Comunión Jesús se manifiesta como nuestro Salvador, y también se manifiesta como nuestro Rey, el Rey de nuestras inteligencias y de nuestras voluntades, dándonos sus mandamientos para ayudarnos a obrar según su santa voluntad. Entonces, al volver a casa, los cristianos que se han nutrido del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo comprenden mejor cuáles son sus deberes, cómo deben conducirse en la vida diaria, en la vida de la familia, en la vida de la sociedad civil. En cambio, en la misma medida que los sacerdotes dejen de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa se lleva a la extinción de nuestra civilización” (primera Misa en Bezançon, 5 de septiembre de 1976).
El reinado social de Jesucristo es la solución para la crisis que sacude a la Iglesia y a la sociedad. Fuera de Cristo, todo esfuerzo de restauración no pasa de ser una gesticulación estéril. El Papa Pío XI lo dice magníficamente en su encíclica “Quas primas”, del 11 de diciembre de 1925: “En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos”.
La recuperación de un mundo que rechaza a Dios no depende de un gran número. Para salvar a la Iglesia de los grandes peligros que la amenazaban, Dios se ha servido a lo largo de la historia de un puñado de hombres y de mujeres, que antes de cambiar el mundo que los rodeaba, comenzaron por convertirse ellos mismos, sinceramente, prácticamente y enteramente. Por eso es preciso, como Cristo dice en el Evangelio, que cada uno sea la levadura que hace fermentar toda la masa. A eso también nos exhorta el Apóstol San Pedro: “Observen una buena conducta en medio de los paganos y así, los mismos que ahora calumnian como a malhechores, al ver sus buenas obras, tendrán que glorificar a Dios el día de su visita”[2]. Dios y la Iglesia nos llaman a tener intrepidez. Persuadámonos de que la batalla contra el aborto, que se avecina en las semanas y meses por venir, no podrá ser afrontada sin la ayuda de Dios. Por eso, comencemos a rezar desde ahora, ofrezcamos comuniones, Misas, vía crucis y penitencias por esta intención. ¡Nuestro combate debe ser católico! Sólo así los medios humanos que utilizaremos podrán ser eficaces y será posible una victoria frente a enemigos de Dios aparentemente invencibles.
Ya para terminar, leamos una vez más estas líneas de Pío XI: “Preparar y acelerar esta vuelta (del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo) con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor (…) En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad”[3]. He allí un noble combate a llevar adelante y un hermoso programa para concretar.


¡Ánimo, pues, y que Dios los bendiga!

Padre Christian Bouchacourt
Superior de Distrito América del Sur


 

[1] Primer libro de los Macabeos, 3, 18-19.
[2] Pedro, 2, 12.
[3] Ibídem.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Conferencia Apologética: Objeciones y respuestas a los protestantes.

Objeciones y respuestas a tener a flor de fiel en
las disputas con los protestantes

-“Catolicidad” de la Iglesia.
-Primado de Pedro.
-Hermanos de Nuestro Señor y virginidad de María Santísima.
-El culto a los santos y a las imágenes-reliquias.

R.P. Ezequiel Mª Rubio

Viernes 19 de Noviembre, 20 hs.
Priorato: Venezuela 1318-20, (1095)
Capilla “Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias”,
Montserrat, Buenos Aires, Capital.
Un artículo relacionado para ir teniendo en cuenta: “Cómo rechazar las doctrinas protestantes”.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Invitación a conferencia apologética.

Objeciones y respuestas a tener a flor de fiel en
las disputas con los protestantes

-“Catolicidad” de la Iglesia.
-Primado de Pedro.
-Hermanos de Nuestro Señor y virginidad de María Santísima.
-El culto a los santos y a las imágenes-reliquias.

R.P. Ezequiel Mª Rubio

Viernes 19 de Noviembre, 20 hs.
Priorato: Venezuela 1318-20, (1095)
Capilla “Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias”,
Montserrat, Buenos Aires, Capital.

Un artículo relacionado para ir teniendo en cuenta:

jueves, 28 de octubre de 2010

Una conversión relatada por San Antonio María Claret.


 
Tomado del Capítulo: “De los libros y hojas sueltas”.        

Una tarde pasaba por la calle de una de las ciudades más grandes de España. Se me acercó un Niño a besarme la mano, y me pidió una estampa y se la di. Al día siguiente fui muy temprano a celebrar Misa en la Iglesia que acostumbraba y ponerme luego en el confesionario, porque siempre tenía mucha gente que me esperaba. Al concluir la misa me hinqué en el presbiterio para dar gracias. Al cabo de un rato se me acercó un hombre alto, gordo, con largos bigotes y poblada barba, con la capa que tenía tan ajustada en las manos, que no se le veía más que la nariz y la frente; los ojos tenía cerrados y lo demás de la cara estaba cubierto del pelo de las patillas, bigotes y barba, y además con el cuello de la capa, que también era peludo y alto; y con una voz trémula y ronca me dice si le haré el favor de oírle (en) confesión. Le contesté que sí, que entrase en la sacristía, que luego iba en acabando de dar gracias. Si bien en el confesionario ya había otros hombres y mujeres que esperaban para lo mismo, pero creí que a éste le debía oír separadamente de los demás, porque su aspecto me reveló que así convenía, y en efecto fue así. Entré en la sacristía, en que no había nadie sino aquel Señor, y aun le conduje a un lugar más retirado.
Yo me senté, él se hincó y empieza a (llorar) tan sin consuelo, que no sabía qué más decirle para acallarle. Le hice varias preguntas para saber la causa, y finalmente, entre lágrimas, suspiros y sollozos, me contestó: Padre, V. ayer tarde pasó por mi calle, y, al pasar frente a la puerta de la casa en que yo estoy, salió un Niño a besarle la mano, le pidió una estampa y V. se la dio. El Niño vino muy contento, y, después de haberla tenido un rato, la dejó encima de la mesa y se fue a la calle con otros niños a jugar. Yo quedé solo en casa, y, picado de la curiosidad y pasar el tiempo, cogí la estampa y la leí; pero ¡hay Padre mío!, yo no puedo explicar lo que sentí en aquel momento; cada palabra era para mí un dardo que se clavaba en mi corazón; resolví confesarme y pensé: ya que Dios se había valido de él para hacerte entrar en verdadero conocimiento, con él irás a confesarte. Toda la noche la he pasado llorando y examinando mi conciencia, y ahora me tiene aquí para confesarme, Padre. Soy un grande pecador; tengo cincuenta años, y desde niño que no me he confesado y he sido comandante de gente muy mala. Padre, ¿habrá perdón para mí? –Sí, señor, sí; ánimo, confianza en la bondad y misericordia de Dios. El buen (Dios) le ha llamado para salvarle, y V. ha hecho muy bien en no endurecer su corazón y en poner luego por obra la resolución de hacer una buena confesión. – Se confesó, le absolví y quedó muy contento y tan alegre, que no acertaba a expresarse.

San Antonio María Claret, “Escritos Autobiográficos”, párrafos 219 y 230; pág. 223-224. B.A.C., Madrid, 1981.

miércoles, 27 de octubre de 2010

San Pablo contra Sodoma



La Sagrada Escritura y, especialmente el sentido común son tan claros sobre el tema de la homosexualidad que el Magisterio de la Iglesia a tratado muy poco de esta materia. (1)

1. En el Antiguo Testamento, además del castigo de Sodoma (Génesis 19), debemos citar la ley dada por Dios a Israel: Lev. 18, 22 designa a la sodomía como una abominación, Lev 20, 13 castigados con la muerte). En el Nuevo Testamento, San Pablo condena explícitamente este vicio en varias epístolas (Romanos 1, 24-32, que se citan a continuación 1 Cor 6,10: "Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los infames, ni los ladrones, [...] heredarán el reino de Dios (2)", 1 Tim 1,10, dice la misma manera que "los asesinos, los fornicarios, los infames [...](3)".

2. El sentido común también es suficiente para ver que este vicio es contra la naturaleza, puesto que utiliza al contrario de su finalidad natural una función que Dios ha dado para la transmisión de la vida. Una desviación así de grave, en un asunto tan importante para el bien común (el futuro de la sociedad depende de ello), evidente que es gravemente pecaminosa.


Sin embargo, esto ya no aparece tan obvio para muchos de nuestros contemporáneos. Debemos ahora argumentar para defender lo que antes era evidente.
Comencemos pues el asunto, preguntando por qué y cómo se puede haber llegado a tal extremo.
Sobre este punto en particular la Sagrada Escritura, y San Pablo especialmente, van a aclararnos mucho.


San Pablo va hasta la raíz del mal

En el primer capítulo de su epístola a los Romanos, San Pablo no se limita, en efecto, a denunciar el vicio. Él establece claramente un vínculo causal entre la infidelidad (idolatría) y la impureza contra la naturaleza. Leamos el pasaje (Rom 1,18-32):

1. La idolatría de los gentiles es inexcusable, porque el verdadero Dios se manifiesta en la creación.
En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron  en sus razonamientos y su insensato corazón  se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos,  cambiaron la gloria  del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles.

2. Consecuencia de esta maldad, Dios los abandonó a sus pasiones.
Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.

3. Consecuencia (continuación): el vicio contra la naturaleza
Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío.

4. San Pablo repite su razonamiento: causa y consecuencia.
Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados, los cuales, aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen.


San Pablo lo dice pues y lo repite: la ceguera moral llevada hasta la aprobación de los vicios contra la naturaleza es una consecuencia de la impiedad. Una máxima atribuida a San Agustín resume esta enseñanza: Este estigma no es sólo un pecado, es más bien el castigo del pecado (4)


La explicación de Santo Tomás

En su comentario sobre la Epístola a los Romanos, Santo Tomás de Aquino insiste también:
           
Cabe señalar que es con razón que el Apóstol pone los vicios contra la naturaleza -que son el más grave de los pecados de la carne- como castigo por la idolatría. Se percibe que estos defectos parecen haber comenzado a desarrollase con la idolatría - es decir, los días de Abraham, cuando se reconoce generalmente que la idolatría comenzó. Se lee en el capítulo 19 del Génesis que estos defectos han sido castigados por primera vez en la persona de los habitantes de Sodoma. Y del mismo modo, los vicios de este tipo han crecido progresivamente a medida que creció la idolatría. Así se lee en el segundo libro de los Macabeos que Jasón se atrevió a poner los jóvenes más nobles en lugares infames (5) y no fue el comienzo, sino el desarrollo y el progreso de la adopción de costumbres paganas (6)

El Doctor Angélico se refiere indirectamente al mismo tema en una cuestión de su Summa Theologica. Se pregunta por qué el rito de la circuncisión fue instituida en la época de Abraham, y no justo después de la caída original. Él respondió que en la época de Adán, incluso después del pecado, la fe y la razón natural era todavía lo suficientemente fuerte por lo que el hombre no necesitaba ese rito. Sin embargo, al tiempo de Abraham, la religión se había debilitado al punto que la mayoría de personas se volcaron a la idolatría, y a la vez, la razón natural estaba oscurecida por las pasiones de la carne hasta el punto de hacer caer al hombre en pecado contra la naturaleza. Por lo tanto, era el momento en que Dios instituyese, para el hombre, un rito que fuese al mismo tiempo la señal de la fe en Dios, y un remedio para el deseo carnal (7).

Encontramos así, en esta respuesta, el vínculo entre el progreso de la idolatría y el de los vicios contra la naturaleza. El primero es una falta contra la naturaleza divina, Dios permite como castigo la segunda, que va en contra de la naturaleza del hombre (8).


Confirmación en el siglo XVII

En el siglo XVII, el famoso exégeta Cornelius a Lapide (9) confirma esta explicación:

Las pasiones monstruosas son la pena de la infidelidad, la impiedad y la herejía (10).

Tras señalar que los herejes de su tiempo (protestantes) han manifestado la verdad de esta frase en sus costumbres (11), investiga la causa de ese vínculo entre la impiedad y la impureza. Da dos razones.

1. En primer lugar, porque donde no hay fe, no hay gracia de Dios; y donde no hay gracia de Dios, no encontramos la castidad, sino todo tipo de concupiscencias. Era justamente por eso que Lutero decía que la fornicación era tan necesaria al hombre como el alimento, y que se oye por todos lados, entre los innovadores, el axioma de que la castidad es imposible; porque, realmente, es imposible a Lutero y a los herejes. Eso es justo lo que San Jerónimo dijo: "Es difícil encontrar a un hereje que ame la castidad; aunque la pueda recomendar por palabras y alabarla".

2. En segundo lugar, a causa de que la herejía y la infidelidad nacen del orgullo, y que la pasión impura es el castigo del orgullo, del mismo modo en que la castidad es la recompensa de la humildad (12).


Confirmación al día de hoy

La conclusión se impone por si misma: la repugnante invasión de los vicios de Sodoma en nuestros países - y su formalización por infames leyes - no son sólo azotes sociales. Son también, y principalmente, castigos.
Nuestros países son, hace tiempo, oficialmente apóstatas; oficialmente ateos. Incluso, por la ideología de los derechos humanos, oficialmente idólatras. Por tanto, es natural, lógico, necesario, que estas costumbres se instalen en ellos. San Pablo dijo:

No tienen excusa, porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, y le dieron gracias, sino que se entregaron a sus deseos y sus corazones sin inteligencia se hundieron en la oscuridad. [...] Por eso Dios los entregó a las pasiones vergonzosas [...] Ya que no se preocuparon por conocer a Dios, Dios los entregó a su mente réproba.


Esto no quiere decir que en el orden individual sólo un idólatra, o un impío, puedan experimentar las tentaciones contra la naturaleza. Todos los seres humanos están marcados por el pecado original y el desorden de la naturaleza se manifiesta de diferentes maneras en cada uno. Sin contar las patologías propiamente dichas, uno nacerá más propenso a la ira, el segundo fue la pereza, y otro más vulnerable a tal o cual tentación de lujuria. Una educación inadecuada, choques psicológicos mal curados u ocasiones precoces de escándalo podrán exacerbar y agravar esta herida, en la fragilidad de la infancia o la adolescencia. En este caso, como frente a cada uno de los pecados capitales, sólo la lucha diaria, con la oración y la gracia de Dios, permitirá superar el vicio y establecer la virtud.

Pero en el orden público, aquel de cada nación, la aceptación del vicio contra la naturaleza, tal como lo estamos experimentando hoy en día, no puede ser más que un castigo. La paganización de las costumbres es la consecuencia inevitable de la paganización de las ideas.


¿Cómo reaccionar?

¿Estarán los católicos condenados a asistir impotentes a la destrucción gradual de la sociedad? Ciertamente que no. Por eso, para actuar con eficacia, para escapar del ciclo de derrotas en que parecen haber caído, deben tomar consciencia, ante todo, de las verdaderas causas del mal – aquellas que denuncia San Pablo.

Nuestra sociedades apóstatas y ateas no pueden ser bendecido por Dios. La decadencia que las golpea es el castigo de aquella impiedad. No sirve de nada luchar contra esta decadencia si no luchamos al mismo tiempo, y primeramente, contra esa impiedad. Luchar sin Dios contra los males que resultan precisamente de la ausencia de Dios es, obviamente, un sin sentido (13).

Después de haber comentado extensamente a San Pablo, podemos concluir citando a San Juan:

Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Y esta victoria sobre el mundo, nuestra fe. - Omne natum quod ex Deo vincit mundum, et haec est victoria quae vincit mundum, fides nostra. (1 Juan 5: 4)
___________________

1) Solo accidentalmente la enseñanza tradicional ha abordado la cuestión. Un decreto del Santo Oficio del 24 de septiembre 1665 trata de la sodomía no para definir que es un pecado (parece demasiado obvio), sino para indicar cómo este pecado se debe acusar en la confesión (la naturaleza de la culpa debe ser especificado de forma explícita, una acusación genérica no es suficiente para que la confesión sea íntegra) (DS 2044). - La anarquía generalizada introducida en la Iglesia por el Concilio Vaticano II permitió que algunos "teólogos" trataran de legitimar este vicio. Frente a esto, el Vaticano a terminado por intervenir para recordar que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no puede en ningún caso ser aprobados" (29 de diciembre de 1975, DS 4583, reproducido en el nuevo Catecismo de la La Iglesia Católica, § 2537). Pero este "magisterio conciliar" se desacredita por los errores que también promueve, y no puede considerarse como una referencia solida (a lo más es una argumento ad hominem o un argumento a fortiori [ "Si hasta las autoridades conciliares, tan inclinadas al laxismo, denuncian este pecado ..."]); tampoco se impuso de manera firme, y los errores contrarios continúan siendo impunemente difundidos. - Un ejemplo reciente: la “Documentation catholique”, del 2 de enero  de 2005, publicó una conferencia de Timothy Radcliffe (antiguo Maestro de la Orden Dominicana), titulado “La afectividad y la Eucaristía”. En la introducción, explica que T. Radcliffe fue interrogado, después de su intervención, sobre el "matrimonio homosexual". Y sin mostrar ni asombro, ni desaprobación, la introducción añade: "respondió que era favorable a la apertura de la Iglesia hacia los homosexuales para " buscar con ellos la verdad y escuchar su experiencia. "(DC 2327, p. 38.)
2) Neque fornicarii, neque idolis servientes, neque adulteri, neque molles, neque masculorum concubitores, neque fures [...] regnum Dei possidebunt.. El término "infame" (en latín: concubitores masculorum) se refiere a los sodomitas.
3) [...] Homicidis, fornicariis, masculorum concubitoribus [...].
4) Haec spurcitia non solum peccatum est, sed et poena peccati (PL 40, col. 1326; esta serie de sermones que ahora comúnmente se considera apócrifa.)
5) 2 Mc 4, 13 (cita de Thomas de la Vulgata). - En tiempos de Antíoco Epifanio, Jason consigue hacerse nombrar sumo sacerdote en Jerusalén, y se esfuerza por introducir las costumbres griegas entre los ciudadanos. La Biblia cuenta: " Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasón,     que tenía más de impío que de sumo sacerdote,      que ya los sacerdotes no sentían celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo; descuidando los sacrificios, en cuanto se daba la señal con el gong se apresuraban a tomar parte en los gimnasios de los ejercicios contrarios a la ley; sin apreciar en nada la honra patria, tenían por mejores las glorias helénicas. Por esto mismo, una difícil situación les puso en aprieto, y tuvieron como enemigos y verdugos a los mismos cuya conducta emulaban y a quienes querían parecerse en todo. Pues no resulta fácil violar las leyes divinas; así lo mostrará el tiempo venidero”. (2 Mc 4, 13-17).
6) «Et est notandum quod satis rationabiliter Apostolus vitia contra naturam quae sunt gravissima inter peccata carnalia, ponit idolatriae poenam, quia simul cum idolatria incepisse videntur, scilicet tempore Abrahae, quando creditur idolatria incepisse. Unde et tunc primo leguntur in Sodomitis punita esse, ut Gn 19. Simul etiam idolatria crescente, huiusmodi vitia creverunt; unde dicitur 2 Mc 4, quod Jason ausus est sub arce optimos quosque epheborum in lupanaribus ponere. Erat autem hoc non initium, sed incrementum quoddam et profectus gentilis et alienigenae conversationis. » (Saint THOMAS, Com. in Rm 1, lect. VIII)
7) St. Thomas, III, q. 70, a. 2, ad 1.
8) Santo Tomás dice que todo pecado es en cierto sentido, contra la naturaleza porque va en contra de lo que nuestra razón nos dice que ser conforme a nuestra naturaleza racional, pero algunos pecados se oponen no sólo a nuestra naturaleza racional, sino la naturaleza física en sí (que compartimos con los animales). Son doblemente contra la naturaleza.
9) Cornelio a Lapide (Cornelius Van den Steen), SJ., 1567-1637.
10)Hinc patet infidelitatis, impietatis et haeresis pœnam esse monstrosas libidines” (Cornelio a Lapide, en Romanos, 1, 26).
11) "Talia monstra quoque ab haeresi nata nostra vidit et protulit aetas. - Nuestro siglo también ha visto y ha producido ese tipo de monstros, nacidos de la herejía. "(Ibíd.).
12) "Primo, quia ubi non est fides, ibi non est gratia Dei ; ubi non est gratia Dei, ibi non est castitas, sed omnis concupiscentia : ut merito dixerit Lutherus, concubitum homini tam necessarium esse quam cibum, et passim apud Novantes personat hoc axioma, castitatem esse impossibilem, quia vere Luthero et haereticis impossibilis est. Vere ergo dixit S. Hieronymus, lib. II Comment, in Osece cap. IX: "Difficile est invenire haereticum qui diligat castitatem, etiamsi eam verbis commendet et prae se ferat".  Secundo, quia haeresis et infidelitas oritur ex superbia, superbiae autem poena est libido, sicut humilitatis praemium est castitas"(Ibid)
13) Recordamos las palabras del Cardenal Pie: "Cuando Jesús Cristo no reina por los beneficios que se derivan de su presencia, reina por todas las calamidades inseparables de su ausencia". (Discurso en Chartres, 11 de abril de 1858; Episcopal de Obras, v. 1, p. 84.)

Extraído de La Sal de la Tierra Nº 52, por Dominicus.

martes, 26 de octubre de 2010

Cita: sobre “el maniático”.

“Por lo general es un razonador; y con frecuencia un razonador acertado. Sin duda se le podrá derrotar en un terreno puramente racional planteándola su caso con lógica. Pero se le puede plantear con mayor precisión en términos más generales y aún más estéticos. Está encerrado en la pulcra y lúcida prisión de una sola idea; se ha aguzado hasta un penoso extremo. Carece de la indecisión del sano y de su complejidad. Ahora, según expliqué en la introducción, me propongo ofrecer en estos primeros capítulos, no tanto el diagrama de una doctrina, cuanto algunas imágenes de un punto de vista. Y he sido extenso describiendo mi visión del maniático, por esta razón; por que así como me impresiona el maniático, así me impresionan muchos pensadores modernos”.

G.K. Chesterton, Ortodoxia. Ed. Excelsa (Bs. As.) 1943, pág. 31-32.